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OH TRISTE CANCION DE MI INFANCIA...

OH TRISTE CANCION DE MI INFANCIA...
IKIRU, LA OBRA MAESTRA DE KUROSAWA


Hildebrando Castro Garibay.

Existencialismo, individualismo y claroscuros fotográficos… así definen algunos críticos de cine a la opera “kurosawaiana”, de la cual, Ikiru, es tal vez una de sus piezas más hermosas. Esta obra magistral, elaborada cuando Kurosawa aún no experimentaba con los colores, está cargada del dramatismo típico del cineasta japonés, toda vez que es una pieza dotada de una fuerte tensión emotiva, y recurre con bastante acierto a la simbiosis melográfica.La película en cuestión nada tiene que ver con esos rônin errantes, justicieros del “sushi western” (término forjado tras la pervivencia del spaghetti western, o western italo-americano), que han sido un constante paradigma del Kurosawa conocido en América. De tal modo, ésta no es una película chambara, en donde espadas se cruzan al menor pretexto y en donde el antihéroe se va abriendo camino a través de la delicada senda de la justicia–injusticia con su cuerpo y su estrategia (vid. Yojimbo, Sanjuro, Shichinin no samurai), sino que ahora, el personaje principal, se enfrenta a su propio destino trágico en una gesta cuasi heroica por lograr un bienestar propio.


En efecto, al enterarse de la noticia trágica de la presencia de un carcinoma en el estómago, el hasta entonces aburrido burócrata, protagonista de la obra, se enfrenta no sólo a su destino inevitable, sino también a la cruda realidad que, como fría bofetada, lo despierta del letargo: su vida ha sido gris e inútil, y su único hijo no le aprecia en lo más mínimo. Ante la inminente realidad decide entonces comenzar a vivir, haciendo todo lo que en su mísera vida no pudo, o no quiso hacer. Decide, así pues, salir a “celebrar” su trágica noticia como el triunfo infinito de la vida hedonista sobre el fin último. Bares, cabaretes y todo tipo de tugurios son recorridos por su patética persona acompañado siempre por un novelista de segunda que figura como el guía ideal en el supuesto paraíso urbano nocturno.



Pero no es suficiente, eso no es vivir. Intenta lograr encontrar el significado a su existencia ayudando económicamente a una excompañera de trabajo, bastante menor que él. La engalana, la inviste con los mejores ropajes, la convierte en su musa inspiradora más allá de lo que Eros podría permitir, pues no es un amor sexual adolescente, sino un amor paternal, cual hija que no tuvo y en quien quisiera verter toda la potencia de su amor mal comprendido por su hijo. Pero todo es en vano: a ella le espanta que un viejo moribundo la persiga y él resiente su rechazo.Su cruzada comienza, entonces (y hacia el tercer cuarto de la película), cuando se da cuenta que la misma burocracia a la que ha pertenecido, es el cáncer social que impide que un grupo de habitantes, de una localidad marginal (en su mayoría mujeres amas de casa y madres presumiblemente solteras), tengan una solución pronta a sus problemas. Esta labor altruista, en la cual nuestro personaje se embarca y “desiste en desistir”, es la que va provocando que la auténtica vida se siembre, aunque sea por unos escasos días, en el espíritu del burócrata. Agilizando los trámites de un pequeño jardín infantil, cuyo pasado era una ciénega, engrandece el nombre de los políticos, de los oficiales y demás autoridades encargados de la labor que nadie quiso hacer, pero ennobleció el final de la indiferente vida del protagonista y, lo que es más, le permitió cierta inmortalidad en el recuerdo de los agradecidos vecinos.

Si la sinopsis es un tango “gardeliano” o una tragedia personal del tipo Ciudadano Kane, es porque debemos saber que el Japón de los años cincuenta era un Japón que estaba reconstruyéndose no sólo de dos bombas nucleares, sino de un periodo de crisis post-bélica en donde la ocupación estadounidense cimbraba el orgullo nipón. Los problemas como la burocracia desmedida y el constante miedo por el “Dragón comunista” del continente, irían modelando, poco a poco, el carácter del Japón de la segunda mitad del siglo XX. Ahí donde el carácter individualista del capitalismo parecía permearse poco a poco en la idiosincrasia nipona, algunos artistas, frecuentemente tachados de comunistas, recordaban a la metrópoli que lo individual es un “sinsentido” si el bien común no armoniza con el bienestar propio, y Kurosawa lo remarca en esta cinta donde la “iluminación” del personaje principal, su “realización” existencial, se encuentra precisamente en el vivir solucionando realmente los problemas de otros, y no sólo percibiendo un salario y atesorarlo a lo largo de una vida de estar sentado en un sillón colocando sellos y firmas en cualquier bureau de cualquier ministerio.

La película es magistralmente actuada por Watanabe Kanji, el segundo actor “favorito” de Kurosawa y frecuentemente eclipsado por la figura de Mifune Toshiro. Para mi gusto, creo que Watanabe no pudo haber hecho mejor papel en su vida, pues aunque el filme “los siete samurai” (Shichinin no samurai) es presentado como la opera magna de su carrera, dicho filme no recorre las sensibles sutilezas de ese Existencialismo con el cual se ha calificado a Kurosawa. Watanabe logró con los detalles de su languidecido rostro la cima del sufrimiento, su encorvado cuerpo transformó al burócrata en desahuciado, pero supo mantener, al mismo tiempo, el brillo de esperanza en sus ojos que mantiene todo ser vivo en tanto que está vivo, en tanto se siente útil para la sociedad, en tanto hay vida. Por su parte Kurosawa ocupó una vez más esos hermosos claroscuros que han dado sello característico a su obra. La escena del columpio meciéndose, con Watanabe en él, cual niño disfrutando del momento, con la nieve de trasfondo y con la melodía central de la película, ciertamente es conmovedora: más allá del pendular movimiento de los vaivenes del destino, más allá del blanco y negro de la vida y la muerte, hay sutiles tonalidades grises que dan sentido a lo que tenemos y a lo que perdemos, a lo que somos y lo que nunca más seremos, sutilezas donde lo que importa y trasciende es el momento, pues nunca se repite y ahí mismo, en su infinita pequeñez, se encuentra su eternidad.La música corre a cargo de Hayasaka Fumio, pieza indispensable del ajedrez de Kurosawa durante sus primeros filmes y, curiosamente, su músico de cabecera hasta que cayó víctima de la tuberculosis, en 1955, tan sólo tres años después del estreno de Ikiru. La parte musical, si bien no es brillante, al menos mantiene la tensión dramática y ambientaliza las escenas, principalmente las referentes a los bares y cabaretes. No obstante, el destello de grandiosidad melódica de Hayasaka, es el pueril canto que Watanabe interpreta en un bar y que conmueve durante la escena del columpio. La transcripción que se le da a esta canción, tema principal de la cinta, en la versión hispana es la siguiente, y expresa, de modo contundente, la transitoriedad de la vida y su fugacidad, la auténtica Melancolía (el mono no aware presente en toda obra auténticamente japonesa):

¡Oh canción de mis 20 abriles!,
la vida es tan corta...
¡Ama!, querida muchacha,
mientras tus labios sean rojos.
Mientras tengas el calor de tu pasión ,
ama,que el día de hoy no volverá jamás.
La vida es tan corta...
¡Ama!, querida muchacha,
mientras tu pelo sea negro,
y antes de que se enfríe tu pecho,
ama,que el día de hoy no volverá jamás.


VIDEOGRAFÍA:
  • v Kurosawa, Akira, Ikiru, Japón, Toho, 1952, 143 min.
  • v Kurosawa, Akira, Kumonosu jo, Japón, Toho, 1957, 110 min.
  • v Kurosawa, Akira, Ran, Japón, Toho – Warner Co., 1985, 162 min.
  • v Kurosawa, Akira, Sanjuro (Tsubaki Sanjuro), Japón, Toho, 1962, 96 min.
  • v Kurosawa, Akira, Shichinin no samurai, Japón, Toho, 1954, 206 min.
  • v Kurosawa, Akira, Yojimbo, Japón, Toho, 1961, 110 min.

4 comentarios

Carla Renée Ramírez -

Como te daras cuenta don Brandon se pasea muy de vez en cuando por aca... lo sigo presionando para que escriba o al menos suba algo que ya tenga. Gracias por leer el blog.

karate pig -

buena resegna, solo espero olvidarla antes de ver la cinta para evitar tendencias a juzgarla bajo cierta perpectiva
cámara

DIONISIO ZABALETA SOLÍS -

Hola jóvenes....
Qué pasa? más colaboraciones al blog....
Yo espero subir algo la próxima semana.
Saludos

Carla Renée -

Que puedo decir, si la película me dejo sin palabras y varias lagrimitas rodando, esta reseña es una deliciosa sinópsis de una formidable cinta. En lo personal la fotografía de las pocas películas que conozco [10 a lo sumo] de Kurosawa es un elemento clave. Creo que buena parte de la poesia contenida en sus obras esta en la fotografia, esas instantaneas de vida cotidiana conmueven mucho más. Creo que valdria la pena ahondar en este rubro. Quizas una comparacion entre la Fotografía de Ikiru, blanco y negro, y Do des ka den, colores, como para puntializar el drama del claro oscuro en sus obras nos daria muchas luces y un agradable trabajo sobre las que concidero las peliculas mas excistencialistas de Kurosawa.

Au revoir, et bon chance!